Entrevista a Garret McNamara
En el mundo hay dos clases de personajes: los que la gente persigue para hacerse fotos con ellos y los que la gente se tropieza nerviosa por querer hacerse fotos con ellos. Garrett McNamara (Massachussets, 1967, criado en Hawai) es de los segundos. El jueves en Madrid: cientos de personas se acercan a él, le dan la mano, le piden un autógrafo y se hacen un lío con la cámara del móvil por las prisas. Lo miran como si volviera de la muerte. Tal vez lo recuerden dinamitando los límites del ser humano, subido a una montaña líquida como un insecto surfero y vulnerable bajo toneladas de agua que se deshacen en una espuma enloquecida. Lo tienen entre ceja y ceja, cabalgando como un héroe a la merced de un monstruo de treinta metros de altura, la ola más grande jamás surfeada (pendiente de confirmación oficial), siete plantas del World Trade Center en pleno derrumbe. Fue en la playa de Nazaré, 120 kilómetros al norte de Lisboa, y en Portugal saben de ese aura que le persigue. Después del tremendo impacto del vídeo de la hazaña que le dejó al mundo la boca abierta, el país incluso ha cambiado su política de promoción. Este año, el surf preside un pabellón entero en la Feria Internacional del Turismo (Fitur). Dentro, atienden 9.400 empresas de todos los sectores en 54.000 metros cuadrados, pero el rey es McNamara, que vive más tiempo en Nazaré que en Hawai. «También me dedico a traer visitantes a Portugal. Es increíble el apoyo y el cariño que he recibido de todo el país», explica. Responde a la entrevista en una furgoneta Volkswagen de los 80 con cierto aire de gurú golfo. Antes de contarlo de nuevo, cierra los ojos.
– ¿Cómo pasó?
– Veo cómo la tormenta va llegando. Estoy en el agua, miro que viene la ola y me veo agarrado al cabo que me remolca. Damos la vuelta alrededor de una ola, buscamos el escape y finalmente me dejan ir. Llevo tanta velocidad y es tan bacheado… Intento saber por dónde va a romper. Siento la velocidad en los enganches de los pies. Es como hacer snowboard, pero la montaña se estaba moviendo. No estás sujeto. Sigo buscando el escape y el camino. Voy tan rápido...
Al final salgo de la ola y las rocas están aquí al lado. Me vienen a recoger, pero el piloto de la moto de agua sale volando. Entonces viene la segunda moto, queme coge a mí y la tercera, que recoge al piloto. Es todo muy rápido, realmente instantáneo. Si cometes un error, puede ser el último.
El 28 de octubre, la brasileña Maya Cabreira estuvo a punto de saberlo en esas aguas. Cayó derribada por la jauría de la espuma y cuando la remolcaba la moto de agua de salvamento, perdió la consciencia. La sacó la gente de la playa tirando de ella como de un guiñapo y pudieron reanimarla. Ese mismo día, el brasileño Carlos Burlé se tiró por otra ola de tamaño similar a la de McNamara y desde entonces se decide cuál fue la más grande (el Guiness oficial es del hawaiano con 24 metros en esa misma playa en 2011).
– ¿Cuál fue su primer pensamiento después de la ola?
– Fue de frustración, porque no rompió como yo quería y no era tan grande como deseaba.
– ¿No sabía de su hazaña?
– No sabía nada. Es divertido cómo funcionan los medios. Los fotógrafos le mandaron la foto a Billabong (organizan el concurso de olas gigantes), ellos al mundo y el mundo tituló: ‘La ola de cien pies’. Se volvieron locos y yo me preguntaba ¿qué ha pasado?
Después se dio cuenta de lo que había hecho y de que todo aquel ir y venir de titulares en la prensa mundial iba a tener «un gran impacto ». Hoy este surfero de 46 años al que se rifan las marcas (no se quita la gorra por contrato) participa en todo tipo de iniciativas. La última es un programa de ‘mentoring’, una tutoría para que chavales portugueses con problemas «encuentren su sueño».
– ¿Qué le ha enseñado el mar?
– El surf y el mar me han enseñado respeto, amor, pasión… Que puedes hacer de lo que amas una carrera, una vida. Tienes que imaginar qué es lo que te apasiona y trabajar en ello. Trazar una hoja de ruta para saber cómo hacer eso durante el resto de tu vida ... El surf me enseñó que eso es posible.
Metódico y calculador
Pese a esa mirada abierta y díscola como de ardilla de los dibujos animados, el saludo surfero y los jeans con chaqueta de pana negra, pese a los cambios de ritmo en el habla y el mismo brillo en los ojos de los himalayistas que han hecho cumbre, McNamara no es un tarado. Realmente, pasa la vida trabajando, aunque su curro sea el soñado por millones de surfistas de todo el mundo. Olvídense del estereotipo de vaquero psicotrópico de las olas con ukelele en mano que se lanza al agua entre los vapores del cannabis. Entrena el 80% del tiempo y descansa el 20% restante.
Cuando está de misión, ejercita su físico y se mete al agua a surfear. Come sin salirse del guión y no bebe una gota del alcohol. También trabaja en los diversos proyectos de ‘mentoring’ y de patrocinio. «Tengo ocupado desde el segundo que me levanto hasta que me acuesto por la noche ». Si cuenta con un tiempo de descanso, se permite una botella de vino tinto con los amigos, pero su mayor vicio es «no pensar en nada junto a Nicole». Ella es una bellísima profesora de ciencias ambientales –hoy su manager– con la que se casó en la playa de Nazaré hace un año; ella de blanco, él con camisa hawaiana. Garrett McNamara aguanta cuatro minutos y medio sin respirar pero no puede pasar un día sin Nicole Macías. También se le podría imaginar una corte de media docena de rubias en bikini brasileño, pero detrás está ella, sola, castaña, discretísima.
Dicen que va al límite, pero tampoco busquen en él al chico ‘vive deprisa y deja un cadáver bonito’. En realidad, nada en él es lo que parece. El icono no existe, solo hay una patada continua a lo preconcebido.
– ¿Qué es lo que teme?
– El miedo es algo que creamos. Elegimos tenerlo. Si piensas en el momento, no pasa nada, pero si piensas en lo que ha pasado y en lo que puede pasar, entonces eliges el miedo. Lo creas. Tengo más miedo en tierra que en el agua.
– Dígame algo de usted que nadie imagina.
– Que me asusta montar a caballo, que temo saltar de los aviones, que no nado con tiburones. Que soy una persona que mide los riesgos, metódico y calculador. Me gustan las olas grandes, las surfeo y vivo para ellas. So nmi pasión, pero me asusta todo lo demás.
Joder, cuanto bombo últimamente a los madmax. Aburrido es poco. Y meritorio por valor, no por nivel.
ResponderEliminar"– ¿Cuál fue su primer pensamiento después de la ola?
– Fue de frustración, porque no rompió como yo quería y no era tan grande como deseaba. -"
Poco más que añadir.
chaval para poder coger esa ola necesitas no nivel, si no nivelazo, no sabes ni lo que estas diciendo, has visto a garret en tehaupo? espectacular es poco. pero claro, viendo tu comentario, seguro que tu le das mil vueltas nooo? lo que hay que leer por diossss, jajajajajja, venga campeon, un saludo...
ResponderEliminar...no leas
ResponderEliminarChaval, a la cabeza me viene algún tamañero motorizado que la gente pensaba que algún día acabaría pasándole algo.Por qué? porque no tenía nada de nivel pero unos huevos como bombonas de butano. Nivel sí, psicológico y físico, pero no a nivel técnico.
ResponderEliminarEn cuanto a la crítica, es más constructiva de lo que piensas. Solo deseo que se pase del todo la moda de las motos y podamos disfrutar de estos animales pero con sus brazos, que mola más para verlo (al menos en las olas de por aquí).
Conozco uno de por aquí que se mete en Roka puta A REMO y no tiene mucho nivel técnico, hay bastantes en la playa con mucho más nivel. Eso si como decis huevos como bombonas. Para meterse a olas grandes hay que tener MUUUCHOS huevos y estar un poco tocado
ResponderEliminarpara meterse con tamaño simplemente tienes que estar en forma.
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